18.3.08

Pobreza Turísticamente Atractiva


"Hay que ir a Cuba antes de que Fidel muera."

He escuchado está línea una media docena de veces, y al principio concordaba sin pensarlo dos veces. Siempre escucho la misma lógica: Cuba sin Fidel seguramente cambiará, se volverá más como nosotros, se convertirá en un país latinoamericano más, perderá algo de su encanto, al menos una parte de su identidad.

Y se procede a decir que hay que ver a Cuba como es ahora, con sus edificios decimonónicos despintados, sus casas de madera en las laderas, sus campesinos labrando la tierra a mano, sus mujeres usando vestidos cosidos a mano, sus carcachas de colección circulando por las calles, sus playas casi vírgenes. No hay como refutarlo. Cuba es diferente. Y lo diferente atrae turistas.

Pero hay varios supuestos escondidos detrás de esa lógica, la más insidiosa siendo la idea de que como Cuba es atractiva, su pobreza es tolerable. Es más, deseable. Se da un brinco en razonamiento para argumentar entonces que "Cuba no es tan pobre" después de todo y se llega a la conclusión de que ojala no cambie porque nuestra experiencia como turistas sufriría, pues nos encanta presenciar esa "pobreza folclórica". Visitar un lugar donde la gente viste con colores llamativos, que viven en chozas fotogénicas y que cantan a la luz de velas, tienen su encanto. No es pobreza, es sencillez. No viven con carencias, rechazan el consumismo. Ese tipo de justificaciones abundan y generalmente confluyen en un consenso de que Cuba se debe medir con otra vara.

Pensemos, por ver si nosotros aplicamos esa misma vara de medición en casa, en nuestros propios "pueblos mágicos", rincones de México que según la Secretaria de Turismo "preservan su riqueza cultural e histórica". Repasando la lista salta a la vista que varios de estos son lugares aún bastante pobres (Cuetzalan en Puebla, San Cristóbal de las Casas en Chiapas, Calpulalpam en Oaxaca) aunque también hay unos que son bastante más prósperos que el pueblo promedio de México (Tequila en Jalisco, San Miguel de Allende en Guanajuato y Valle de Bravo en el Estado de México). La preservación de estos patrimonios nacionales no es políticamente contencioso: difícilmente escucharemos a alguien decir que no deben ser cuidados. Pero de allí a disculpar y aplaudir la pobreza en la que sus habitantes viven hay una gran diferencia. Se plantea preservar los edificios de cantera y a los talleres de artesanías, pero nadie anda diciendo que ojala que México se quede congelado en el tiempo y que ojala que el resto del país fuese más como esos pueblos mágicos. Difícil encontrar alguien que pida que regresemos a la era de caciques porque entonces podríamos tomar mejores fotos. Que, para complacer a los turistas, ojala hubiera más Comalas y menos Chihuahuas. Y tampoco escucho que porque alguien usa un sombrero de petate eso seguramente hace a su pobreza digna y tolerable.
Pero eso es precisamente lo que se escucha con respecto a Cuba.

Lo cuál me lleva a un último punto: el progreso económico muchas veces ahuyenta a los turistas. Si, es cierto, eventualmente la prosperidad puede permitir la construcción de hoteles boutiques y la restauración de los barrios históricos pero muchas otras veces un campo pintoresco va ser sustituido por un parque industrial, la playa virgen por un puerto y el edificio histórico derruido por condominios. Más vale aceptar que hay un conflicto de interés entre lo que los turistas prefieren ver y como quisieran vivir.